Tres situaciones. En la primera hace unos minutos que nos han asaltado, los motochorros se llevaron el celular y los documentos. En la segunda nos tropezamos con alguna baldosa suelta en la calle y la caída provoca que el pantalón haya quedado inservible fruto de un “siete”. En la tercera hemos cometido un error en el trabajo que nos ha valido una tremenda reprimenda de nuestro superior. ¿Qué tienen en común las tres? Hasta ese momento nada. Sin embargo a poco de suceder alguna de las desgracias mencionas se materializará de la nada un comedido de turno que hará las veces de consejero espiritual, dispuesto a arrojarnos a la cara el máximo argumento contra la depresión postraumática, el desiderátum del consuelo a terceros quejosos, la frase que es enarbolada como estandarte por los que ven el vaso lleno en toda en cada una de las situaciones difíciles que nos presenta la vida. Volvamos a alguna de las situaciones planteadas. Todavía estamos reponiéndonos del mal momento, con todos los patos volados, con la sensación de “justo a mí” dando vueltas por la cabeza, pensando en las consecuencias y en los costos de lo sucedido, cuando nos encontramos con el profeta de lo que podría haber pasado. Nos pone la mano en la espalda, nos golpea suavemente el hombro (señal gestual de superioridad), nos mira a los ojos y con vos propia de quien se las sabe todas, nos dice: ¡Ché!, pensá un poco, no te hagas tanta mala sangre, ¡podría haber sido peor…! A partir de ese momento no hay lugar para más quejas, ya no importan los trámites en la compañía de celulares o aquellos que debemos hacer para recuperar documentos y tarjetas, hay que encarar el futuro con la frente alta: ¡somos afortunados!! ¡Podría haber sido peor!!!! En lugar del pantalón roto podría ser un brazo, en lugar de una reprimenda, un despido, además de perder el celular y los documentos podría haber sido un disparo entre ceja y ceja. Siempre hay una desgracia más importante que la nuestra, mal que nos pese. Para reforzar su punto el susodicho pasa a relatarnos algún mito urbano en el que el protagonista pasa las de Caín en algún hecho similar. Por último, el cierre espectacular que nos dejará eternamente agradecidos: ¿Necesitas algo? Seguido de un “dinero no porque ando sin un mango, pero cualquier otra cosa avísame”. Listo, en un santiamén además de reconfortados por saber que lo sucedido fue una desgracia con suerte quedamos eternamente obligados con el comedido. De ahora en más, pase lo que pase, podemos encarar la vida con la certeza que en materia de infortunios los nuestros han sido “desgracias con suerte”.
Recomendamos la lectura de los capítulos anteriores en este enlace La desagradable sensación de vacío que provocaron las consecuencias de la decisión del yo obligado a abandonar la habitación, marcando una clara diferencia con los yo que quedamos, siguió viva solo unos instantes. Las diferencias se hicieron más distantes, más definitivas y profundas. Ese yo éramos nosotros mismos enfrentándonos a las consecuencias de un error nimio que había provocado entre nosotros y él diferencias sutiles en los primeros momentos pero que luego fueron agigantándose en todo el transcurso de nuestras vidas. La vida de ese yo terminaría siendo completamente diferente a la nuestra, por lo menos eso nos mostraron las imágenes en la pared. En un primer momento parecía que ese incidente sería intrascendente, que no merecería más atención que un reto sin demasiada severidad pero para ese yo significó a partir de ese instante una realidad completamente distinta, ni mejor ni peor, ...
jajaaj buenísimo!
ResponderEliminares tal cual! el optimismo pelotudo no suma para nada pero ellos se duermen contentos!