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Yo y los otros yo

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La oscuridad es total, completa, la sensación es de un inmenso vacío en el que me encuentro solo con mis pensamientos.  Estaba completamente solo. Las ideas más enloquecidas me invadían y no encontraba explicación a la situación. En ese momento, cuando ya había perdido noción del tiempo transcurrido, advierto que un punto de luz blanca, pura e intensa, comienza a delinear una línea en esa inmensa nada. De inmediato todos mis sentidos se enfocaron en esa forma que, frente a mis ojos,  lentamente se transformaba en un rectángulo. Al carecer  de referencias espaciales, dado el vacío que me rodeaba, me era imposible determinar sus dimensiones. Finalmente el rectángulo se completó.

Mis temores fueron reemplazados por una profunda curiosidad y, de forma extraña, imaginé que era testigo involuntario de un evento sorprendente y fantástico.
 
Algunos segundo más adelante el rectángulo completo comenzó a agrandarse hasta que adquirir las medidas de una puerta que, en apariencia, se encontraba muy cerca, tanto que, tomando valor, atiné a estirar el brazo hasta que mis dedos tuvieron la sensación de poder tocarla.

En el preciso instante en que alcancé la superficie el rectángulo comenzó a desplazarse hacia adentro, girando apoyado en el borde más lejano a mi mano. Ahora si, el rectángulo era una puerta y podría entrever lo que podría definirse como el interior de una habitación inundada del mismo blanco de la puerta.

A diferencia de lo que me había ocurrido antes, las dimensiones de la habitación estaban clara ya que los juegos de luces difusas y sombras tenues me permitían entrever que era de planta rectangular con no más de unos ocho metro y medio de ancho y, como máximo, unos 12 de largo. A mis espaldas la puerta se integró a las paredes, desapareciendo de mi vista. 

Tome conciencia de mí y al hacerlo pude observarme por primera vez desde que se inició todo, visto ropas tan blancas como las paredes que dejan al descubierto pies y manos, resaltando el color de la piel de mis manos que, sorprendentemente, lucen jóvenes.

Ocupando el centro de la escena hay una mesa que respeta las proporciones de la habitación. Cinco sillas, también blancas, se han dispuesto a su alrededor. Dos a cada lado y una en una de las cabeceras, dejando la otra vacía. Soy el primero de cinco si es que cada una de las sillas habrá de ocuparse. Elijo la silla de la cabecera y me quedo parado detrás de ella,  esperando. Frente a mí, en la misma pared por la que hube de entrar un punto negro se marcó y comenzó a recorrer el perímetro de lo que ya sabía que sería una puerta.

Pocos instantes más tarde la puerta se abría. La lógica inquietud de saber quién o que entraría por ella hizo que mi ansiedad se disparara tanto como mis pulsaciones. Para mi enorme sorpresa era alguien idéntico a mí mismo que, también sorprendido, me observa durante unos segundos con una enorme expresión de asombro en su rostro. De inmediato pensé en que era un segundo Yo.

El proceso se repitió cinco veces más, ahora finalmente parecía que la mesa estaba completa, somos cinco los Yo.

Ninguno hubo de pronunciar palabra, la sorpresa nos había mantenido mudos y mientras nuestras manos descansaban en los respaldos de sus respectivas sillas nuestras miradas se cruzaron infinitas veces,  analizándonos unos a los otros, intentando saber quién era ese Yo que sostenía la mirada el suficiente tiempo para saber que era otro, pero también era yo mismo.

No hizo falta que nadie hiciera un gesto o diera una orden, todos nos sentamos casi al mismo tiempo. Para lo que sea que hubiéramos sido reunidos ya había comenzado.

Al capítulo II

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