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Recuerdos de padre.

Agustín, María y Diego.
Cuando María, mi hija, me propuso escribir para el blog de una de sus amigas le contesté de inmediato que sí, ya que me entusiasmaba la posibilidad de escribir para contar alguna historia sobre mi condición de padre. 

Me pareció que resultaría una tarea sencilla. Error, no lo fue. No resultó fácil, por lo menos para mí, escribir sobre la propia paternidad sin que los sentimientos se entremezclaran en la redacción.

De inmediato surgían los lugares comunes, las frases melosas, los elogios propios de quien ha sentido pasión, como es mi caso, por sus hijos. Pero, tan fácil y rápido como irrumpieron esos sentimientos, también llegó la conciencia de que la lectura de un texto rebosante de celebraciones para ellos y de confesiones de amor paternal sería, cuando menos y en el mejor de los casos, empalagosa.

Decidí entonces que habría de intentar no describir anécdotas, sentimientos o recuerdos edulcorados de cuando eran niños. Hoy, Diego, María y Agustín, han superado la barrera de los 30 años y son, de pleno significado y derecho, pilares de esta pequeña familia que comenzamos con mi Susana, la Gata, mi esposa y compañera desde hace 38 años.

Quiero entonces contarles sobre el dolor que siento por descubrir que los recuerdos de cuando eran niños, comienzan a desvanecerse. Me doy cuenta de ello porque en las reuniones familiares mis hijos relatan algunas experiencias que apenas recuerdo y me recriminan o agradecen por acciones u omisiones que no logré reforzar lo suficiente como para que fueran significativas hoy para mí.

Lo peor es que generan en mi la necesidad de revivirlas, un imposible, por el solo hecho, egoísta si se quiere, de volver a tener en mis brazos a aquellos pequeños seres que le dieron sentido a mi vida. No me malentiendan, en la actualidad también le dan sentido, pero ya no puedo abrazarlos y besarlos como lo hacía, ya son grandes y esos momentos, mal que me pese, parecieran darse cada vez menos intensos y más esporádicos.

Surge también, en consecuencia, una auto recriminación por no haber pasado más tiempo con ellos, por no haberles prestado más atención, por no haber disfrutado más de su compañía, de sus travesuras, de su cariños. Quisiera tener la oportunidad de tener millones de fotos, y cientos de horas de video, para vernos, los cinco, viviendo la vida, disfrutándola intensamente. Asimismo, quisiera haber retenido más olores, sonidos, colores, risas, llantos al estilo “pucherito”, más consuelos con caricias y con palabras susurradas al oído, más abrazos tiernos de quienes solo podía esperarse amor.

Lamentablemente, solo puedo aferrarme a unas pocas fotos, a mis recuerdos, a mis sentimientos.  

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