En los años en que eramos Colonia de hacer alguna trapisonda de alguno de los funcionarios del Rey, este se enteraría, en el mejor de los casos. unos cuantos meses más tarde. Los súbditos de la Corona de un lado y del otro del Atlántico muchos meses más tarde, si es que se enteraban. Ser corrupto era más sencillo y el riesgo de que los delitos fueran públicos prácticamente inexistentes. Tanto era así que los funcionarios al término de su mandato debían pasar por un juicio de residencia en el que debían demostrar que estaban limpios antes de volver a España .
En este Siglo XXI la vida del corrupto no es tan sencilla, la reserva con que podían realizar sus delitos y recoger los frutos de ese accionar quedan con mucha facilidad expuestos globalmente en segundos y para peor las malas noticias viajan a la velocidad de la luz. La tecnología les ha jugado una mala pasada. Internet nos permite meternos en la intimidad del corrupto, escuchándolo, viéndolo y divulgando los documentos que lo comprometen. Quedar impune se transforma en una tarea titánica.
Para colmo el periodismo, siempre dispuesto a la primicia, hurga hasta el hueso, husmea y difunde, a veces dando en la tecla y otras desafinando. Para nosotros, meros espectadores y víctimas de una percepción de la realidad que intentamos interpretar, discernir que es verdad y que no, es una tarea prácticamente imposible.
Tantas son las voces que vienen de las derechas y de las izquierdas, del peronismo y del gorilismo, de los populistas y de los neoliberales, de los progresistas y de los conservadores que parecemos veletas recién aceitadas ante un vendaval de información en el que todos los periodistas, los opinólogos o cualquiera que tenga espacio en un medio profesional o habilidad en los medios sociales, intentarán llevar agua para su molino.
Como hacer para no ser arrastrado por esta corriente de contradicciones, como mantener la cordura ante tanta esquizofrenia informativa. No es fácil pero tampoco imposible. Debemos mantener durante todo el tiempo independencia de criterio, desconfiando de lo no fundamentado en hechos concretos, evitando prejuzgar, reconociendo las limitaciones propias y también las ajenas, evitando caer en la trampa de las falacias de todo tipo con las que intentan confundirnos, no dando por sentado que la información que nos llega es verdadera y que el comentario carece de segundas intenciones.
Pero por sobre todas las cosas debemos intentar ser honestos con nosotros mismos y coherentes cuando con lo que condenamos aquí también vale allí, donde más nos duele.
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