Los años me han hecho perder varias cosas, como a todos los que llegan a mi edad, supongo. Entre esas cosas perdidas, que temo no recuperar, esta la paciencia. No a todo lo que se me cruza en la vida, solo a algunas cosas muy puntuales, pero que me alteran, me hacen subir la presión y logran que quede caliente como "pava para mate". Hoy, para no aburrirlos y/o mostrar todos mis flancos débiles, les contaré sobre una de ellas. Se trata, ni más ni menos, que la falta de paciencia que me provoca la falacia como método de argumentación política, especialmente aquella en la que uno y el interlocutor tienen una pequeña platea que observa, asombrada, como una charla agradable se transforma en pocos minutos en una discusión de elevado tono. Estos interlocutores falaces deben emplear este tipo de argumentaciones viciadas cuando se encuentra en ante una evidente falta de argumentos sólidos, cuando la realidad les da la espalda y buscan refugio en la deformación del pasado, en estadísticas falsas o peor justifican el mal menor para evitar un supuesto mal mayor, inexistente. No se rinden ante las evidencias, responden a cada argumento con otros que nada que ver. Defienden los fracasos echando culpas a terceros, hacen la vista ciega ante los desmadres generales mostrando algún logro parcial, poco importante y no relativo al punto central del intercambio de ideas. Hacen oídos sordos ante los sonidos que produce el quiebre de la realidad mágica que se inventan para poder subsistir, sin tener que reconocer que se equivocaron, y se equivocan, en defender lo indefendible. Quisiera tener paciencia, pero no la tengo. La he perdido, ¿será la edad?
Recomendamos la lectura de los capítulos anteriores en este enlace La desagradable sensación de vacío que provocaron las consecuencias de la decisión del yo obligado a abandonar la habitación, marcando una clara diferencia con los yo que quedamos, siguió viva solo unos instantes. Las diferencias se hicieron más distantes, más definitivas y profundas. Ese yo éramos nosotros mismos enfrentándonos a las consecuencias de un error nimio que había provocado entre nosotros y él diferencias sutiles en los primeros momentos pero que luego fueron agigantándose en todo el transcurso de nuestras vidas. La vida de ese yo terminaría siendo completamente diferente a la nuestra, por lo menos eso nos mostraron las imágenes en la pared. En un primer momento parecía que ese incidente sería intrascendente, que no merecería más atención que un reto sin demasiada severidad pero para ese yo significó a partir de ese instante una realidad completamente distinta, ni mejor ni peor, ...
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