Todos tomamos decisiones a diario, algunas irrelevantes, otras importantes y algunas pocas que tendrán impacto en muchos aspectos de nuestra vida y en la de quienes nos rodean, durante mucho tiempo. A lo largo de nuestra vida vamos aprendiendo a los golpes a decidir sobre los distintos aspectos que nos permiten sobrevivir, algunos los denominan “experiencia”, intentando obtener lo mejor o, en algunos casos, evitar lo peor. Nos apoyamos en la experiencia o en los consejos para tomar decisiones trascendentes ya que ni colegio o la facultad nos enseñan como tomarlas de forma tal de disminuir al mínimo los riesgos de mediano y largo plazo involucrados. El error habitual es solo fijarse en las consecuencias de corto plazo, sin intentar visualizar cuales pueden ser las de largo plazo. Cuales pueden ser, en un futuro lejano, las ramificaciones de las decisiones que tomo hoy buscando una solución para mañana. Ante problemas graves, tomar la decisión correcta requiere un cierto nivel de análisis con el propósito de ordenarnos y evitar, en la medida de lo posible, que lo subjetivo se imponga por sobre lo racional. No es difícil, algo trabajoso quizás. Angelina Jolie decidió minimizar los riesgos a futuro, tomar una decisión con consecuencias difíciles y riesgos en lo inmediato pero mejorando notablemente las oportunidades de lo por venir. Seguramente pensó en su hijos, en que quería estar cerca de ellos mucho tiempo, en que debía sacrificar parte de los beneficios inmediatos de contar con sus pechos, dada su profesión que la somete a una exposición mediática permanente, y apostar por el futuro. Un ejemplo.
Todos los capítulos en este enlace A partir de ese momento todo fue un caos, en mi mente, al menos. Parecía obvio que eramos la misma persona o, cuando menos, cinco personas con exactamente la misma historia: mismos padres, mismos recuerdos, sensaciones, alegrías y disgustos. La imágen en la pared perduró mientras el intercambio de palabras y emociones dominaba la sala blanca. Que bien se sentía que otro, distinto a mi mismo, supiera con exactitud como me había sentido en cada una de las situaciones que recordábamos. Todo me producía una extraña sensación de seguridad al poder intuir los temores, los deseos y las alegrías de los que me rodeaban y que, supongo, ellos intuyeran los míos. La empatía fue total, profunda y reconfortante. Las palabras cobraban un significado perfecto, los gestos no dejaban lugar a dudas, las expresiones de los rostros no ocultaban nada. Recordar las situaciones que habíamos vivido maximizaba las sensaciones que había...
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