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Yo y los otros yo - Capítulo IV

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Afortunadamente, por una de esas casualidades que terminan siendo fundacionales, uno de los hermanos mayores del accidentado se encontraba cerca y pudo intervenir. Pasaron solo algunos segundos hasta que se lanzó al agua y lo rescató. El incidente, que pudo ser grave, solo terminó en un susto, algunos gritos, retos y llantos, todos propios de una situación menor que se sale de control pero no alcanza a transformarse en un drama sin límite.

Sin embargo, algo cambió, por lo menos en el interior de ese yo que alcanzó a apoyar la punta de sus dedos en la espalda del accidentado. El cambio no fue importante o notable en un principio, pero los efectos de ese cambio, menores pero que se acumulaban en la medida que pasaba el tiempo, comenzaron a diferenciar a eso yo del resto. 

El sentimiento de culpa, a flor de piel en los primeros días, fue encapsulándose e internándose en la psiquis de ese yo. Sus efectos fueron cada vez menos aparentes pero, al mismo tiempo, más profundos. Finalmente, su vida fue completamente diferente a la nuestra. Ese incidente no lo abandonaría jamás, haberse creido culpable de una muerte, aunque fuera por algunos segundos, y el recuerdo de la parálisis que lo congeló, transformándolo en un inútil espectador del drama que se desarrolló a continuación, fueron lo suficientemente fuertes para transformarlo en una persona con una fuerte aversión al riesgo, conservadora, que prefería evitar las contingencias por no saber si, en el momento preciso, daría el empujón equivocado o, peor aún, no sabría como reaccionar para corregir sus propios errores.  Sus amigos no fueron los nuestros, no fué un deportista, en la escuela fueron otros sus intereses, la profesión elegida también fué otra (contador) y en la universidad conoció a la que sería su esposa y madre de sus hijos, compañera de curso y compañera de la vida.

Si bien, a partir del incidente, las semejanzas con nuestras existencias fueron siendo cada vez menos notables, todo parecía indicar que, finalmente, ya no habría coincidencias con la nuestra. Todo cambió a partir de ese momento y no hubo vuelta atrás.

Fue el primero de los otros yo en partir. No hubo despedidas, si silencios. Era extraño verlo partir, pero seguir aquí con otros que parecían ser más yo que él, lo hicieron más soportable.

El otro yo, vió cerrarse el rectángulo blanco a sus espaldas. El vacío, absolutamente oscuro,  el silencio y la nada, se hicieron casi sólidos. En ese preciso instante, frente a él, una nueva puerta comenzó a delinearse. Entró. Alrededor de la mesa ya estaban sentados otros cuatro yo. Apenas tomó asiento en la pared comenzaron a proyectarse imágenes. En la primera se encontraban cerca de la pileta, había que tomar una decisión...

En el cuarto inicial la puerta que se había abierto para permitir la salida del yo había vuelto a cerrarse. La proyección de las imágenes se reinició con solo cuatro sillas ocupadas.

Al capítulo V

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